domingo, 5 de junio de 2016

Let´s talk about sex.



Si la semana pasada la entrada que publiqué vino marcada por un hecho luctuoso, de los que te sacuden con saña indisimulada, esta vez me voy a referir a un incidente que es una rara combinación entre lo trágico, lo cómico y lo absurdo acaecido en un autobús urbano.

Para quién los desconozca, los autobuses urbanos británicos tienen una única puerta de entrada y de salida a la vez, habiendo situado frente a la puerta, y casi en paralelo con el chofer el asiento más frontal de todo el autobús. Dicho asiento suele ser de una única plaza, que en esta ocasión estaba ocupada por dos chicas a la vez, después de ver que una de ellas estaba sentada en el regazo de la otra e iban haciendo manitas, no hacía falta ser un genio para percatarse de cuáles eran sus preferencias sexuales, cosa que a mí no me incumbe en absoluto, pero que no poco tiene que ver con lo que sucedió pocos minutos después…

El segundo implicado en todo esto es el chófer del autobús, que va totalmente embutido en un asiento del cual para salirse lo tendrías que sacar a base de vaselina y una barra de palanca. Una especie de Jabba the Hutt con la piel lechosa, donde costaba encontrar un solo recoveco que no estuviera tatuado de la manera más espantosa posible.

Tras darle los buenos días de rigor y pasar por el lector de tickets mi pase mensual, tomé asiento justo detrás de donde estaban las dos chicas sentadas, en esas filas típicas de asientos donde se suelen aposentar las mamás que llevan a sus retoños en un carrito, quedándome las chicas en cuestión de espaldas.

Arranca el autobús y veo en el espejo retrovisor interior, cómo de repente, el chofer empieza a tener unos sospechosos movimientos de cabeza que delataban hasta que punto no perdía detalle de lo que hacían las dos chicas, atención que paulatinamente iba a mas, a medida que las susodichas se venían arriba y daban rienda suelta a sus pasiones con mas y mas ardor. Por supuesto que todo ello implica el prestar menos atención a la carretera…

Hasta que de repente en el último segundo, el chófer clava los frenos del autobús y se detiene a unos pocos centímetros de un camión que había delante, ni que decir tiene que la gente que iba de pie sin sujetarse casi acaba con sus dientes en el suelo, y la chica que iba sentada en el regazo, no terminó estampada contra la luna frontal de puro milagro…

Salió como pudo de su asiento a interesarse por si algún pasajero de a bordo había sido herido, no pude entender prácticamente nada de lo que dijo atropelladamente, estando como estaba el tío presa de los nervios y con un sofocón de campeonato. Afortunadamente todo acabó en un buen susto.

En fin… las cosas del amor ;-)

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