domingo, 12 de junio de 2016

Mirando atrás - (1)



Una cosa que tienes cuando estás fuera, es la ausencia de tus familiares y amigos con los cuales llenar las horas del día con su compañía y chanzas cuando uno no trabaja, lo cual hace que muchas veces tenga un montón de horas libres. Hoy ha sido uno de esos días de cielo gris plomizo que contemplo tras la ventana de mi habitación mientras sostengo una humeante taza de té. Ya se encarga el repiqueteo de la incipiente lluvia de hacerme volver la mirada al sur, haciendo que recuerdos del pasado despierten de su letargo, y no he podido evitar una mueca de satisfacción cuando, he recordado algo que me sucedió poco antes de partir hacia Gran Bretaña.

Me tocaba ir de compras a Bilbao, mi queridísima esposa cumplía años, y claro, no dejaba de ser una estupenda ocasión o más bien martirio, la búsqueda y captura de ese regalo que haga que por unos momentos tu media naranja, se sienta como una princesa de cuento de hadas que borre, en la medida de lo posible, el hecho de que sopla una vela más en la tarta, un regalo que por otro lado es más bien difícil de intuir, dado ese especial arte que las mujeres siempre han tenido a la hora de insinuar las cosas con sutileza, teniendo por nuestra parte la ardua tarea de encajar en nuestros cuadriculados cerebros los indicios que cual miguitas de pan dejadas por el camino nos ofrecen a modo de pistas.

Y yo no soy Sherlock Holmes precisamente para esas cosas.

Ahí estaba yo, breando cual moderno Indiana Jones en unos grandes almacenes de cuyo nombre no quiero acordarme, cuando una voz a mi lado me desconectó totalmente de la realidad circundante, una voz que a pesar de la lejanía en el tiempo, no tuve la más mínima duda en reconocer, familiar y lejana a la vez, pero con su cálido encanto presente.

-          Antxon, Antxon, ¿Eres tú?
-          Emmm… ¿Aitziber?
-          ¡¡Ayyyy, cuánto tiempo ha pasado!!
-          Veintipico años, que se dice pronto….

“Veintipico años, que se dice pronto”, retumbó la expresión en mi cabeza. Es lo máximo que con un mínimo de coherencia pude balbucir durante los primeros segundos mientras la sorpresa y la incredulidad de tenerla frente a mí me mantenían paralizado, no sé si llegué a ruborizarme, pero noté como de repente un escalofrío me recorría por completo mientras me agarraba a mis últimas reservas de autocontrol, fueron unos segundos que se convirtieron en una eternidad mientras en mi cabeza trataba de poner un poco de orden sobre todos los pensamientos y emociones que de repente hicieron erupción desde lo mas hondo de mi memoria, cual moderno Vesubio largamente adormecido que despierta violentamente y cuyas consecuencias se vuelven del todo imprevisibles.

Para mi incredulidad, ahí estaba ella, casi un cuarto de siglo después, surgiendo de la nada como si de una aparición fantasmal se tratara. Las arenas del tiempo habían corrido para los dos, pero tras su rostro de mujer cuarentona afloró la bonita sonrisa pecosa de quinceañera con la cual te solía regalar la vista y los sentidos, mientras contemplabas esa mirada suya brillando con un fulgor que no dejaba a dudas de hasta que punto había sido para ella también una grata sorpresa toparse conmigo.

Un cálido abrazo seguido de dos besos, breves segundos congelados en el tiempo de alguien que en su día lo significó todo para el otro, como sólo nos pudo pasar cuando a los 15 años nos enamoramos perdidamente con esa mezcla de inocencia e intensidad que hace que te sientas tan dichoso que hace que alzar la mano y tocar el sol sea sólo cuestión de voluntad.

No tardamos en entrar en tromba a la cafetería más cercana, cappuccino en mano frente a frente en una mesa a resguardo de oídos y miradas indiscretas y una vez los ánimos calmados tras la sorpresa inicial, no tardamos en ametrallarnos a preguntas acerca del nuestro devenir durante un cuarto de siglo. Penas, alegrías y desgracias, decisiones y rumbos tomados muchas veces al socaire de los acontecimientos, o bien cuidadosamente premeditados, pero todos ellos regidos por el común denominador de lo voluble de sus resultados finales, ora venturosos, ora desgraciados. Y sobre todo, nombres, nombres y más nombres, amistades comunes, conocidas, viejos amigos y viejos enemigos con sus filias y fobias, todos ellos saliendo de las catacumbas de nuestras respectivas memorias, que pasó con Pili, que fue de Mikel, que había sido de Luis y Nekane. Como quién echa mano de los libros de las estanterías más altas de una apolillada biblioteca, libros entrañablemente recubiertos de esa pátina de polvo que el paso de los años deja sobre ellos, prestos a recordarte lo que fuimos o sentimos. Tan lejos en el tiempo como cercanos en la nostalgia.

Las palabras, al igual que el tiempo, volaron sin compasión, ignoro cuanto tiempo permanecimos los dos allí encerrados en nuestra pequeña cápsula del tiempo, pero desde luego que fue una tarde especial donde las haya. Un estupendo recordatorio de una época en la cual tensiones, agobios y preocupaciones de cuando eres adulto, eran algo muy lejano todavía.

Ni que decir tiene que acabé sin comprar nada, pero la verdad, a mi vuelta a casa no pude disimular el brillo que llevaba en la mirada, cosa que mi mujer no tardó en detectar. Ante la perspectiva de lo mal que se me da fingir y el fino radar detector de mentiras que mi mujer tiene de serie en su cabeza, opté por contarle lo sucedido.

En cuanto a su reacción, mejor lo dejo para una futura entrada.

domingo, 5 de junio de 2016

Let´s talk about sex.



Si la semana pasada la entrada que publiqué vino marcada por un hecho luctuoso, de los que te sacuden con saña indisimulada, esta vez me voy a referir a un incidente que es una rara combinación entre lo trágico, lo cómico y lo absurdo acaecido en un autobús urbano.

Para quién los desconozca, los autobuses urbanos británicos tienen una única puerta de entrada y de salida a la vez, habiendo situado frente a la puerta, y casi en paralelo con el chofer el asiento más frontal de todo el autobús. Dicho asiento suele ser de una única plaza, que en esta ocasión estaba ocupada por dos chicas a la vez, después de ver que una de ellas estaba sentada en el regazo de la otra e iban haciendo manitas, no hacía falta ser un genio para percatarse de cuáles eran sus preferencias sexuales, cosa que a mí no me incumbe en absoluto, pero que no poco tiene que ver con lo que sucedió pocos minutos después…

El segundo implicado en todo esto es el chófer del autobús, que va totalmente embutido en un asiento del cual para salirse lo tendrías que sacar a base de vaselina y una barra de palanca. Una especie de Jabba the Hutt con la piel lechosa, donde costaba encontrar un solo recoveco que no estuviera tatuado de la manera más espantosa posible.

Tras darle los buenos días de rigor y pasar por el lector de tickets mi pase mensual, tomé asiento justo detrás de donde estaban las dos chicas sentadas, en esas filas típicas de asientos donde se suelen aposentar las mamás que llevan a sus retoños en un carrito, quedándome las chicas en cuestión de espaldas.

Arranca el autobús y veo en el espejo retrovisor interior, cómo de repente, el chofer empieza a tener unos sospechosos movimientos de cabeza que delataban hasta que punto no perdía detalle de lo que hacían las dos chicas, atención que paulatinamente iba a mas, a medida que las susodichas se venían arriba y daban rienda suelta a sus pasiones con mas y mas ardor. Por supuesto que todo ello implica el prestar menos atención a la carretera…

Hasta que de repente en el último segundo, el chófer clava los frenos del autobús y se detiene a unos pocos centímetros de un camión que había delante, ni que decir tiene que la gente que iba de pie sin sujetarse casi acaba con sus dientes en el suelo, y la chica que iba sentada en el regazo, no terminó estampada contra la luna frontal de puro milagro…

Salió como pudo de su asiento a interesarse por si algún pasajero de a bordo había sido herido, no pude entender prácticamente nada de lo que dijo atropelladamente, estando como estaba el tío presa de los nervios y con un sofocón de campeonato. Afortunadamente todo acabó en un buen susto.

En fin… las cosas del amor ;-)