“Urrutia, suba a mi despacho.”
Esas cinco palabras bastan para que
todo tu mundo empiece a temblar a tu alrededor, sobre todo cuando esas palabras
brotan de boca de alguien como tu jefe, y más teniendo un jefe que es un
perfecto profesional del embuste, un cínico y consumado actor capaz de
prostituir a sus hijas con tal de conseguir un contrato o una licitación, del
cual no te cabe la más mínima duda de que un día vas a acabar si o si con un
puñal dentro de tus costillas como premio final a tu esfuerzo y dedicación.
“Ya lo siento Urrutia, ya sabes como
está la cosa, la crisis nos está haciendo mucho daño y aunque he hecho lo
posible para mantenerte en plantilla, no me queda otra que despedirte.”
No fue una noticia que me cogiera de
sorpresa en absoluto.
Juez y jurado, y una sentencia ante
la cual no cabe apelación alguna salvo encogerse de hombros con estólida
indiferencia exterior de la misma manera que mi cabeza bullía ardiente como una
caldera volcánica llena de lava. Ahí estaba él, parapetado tras su imponente
mesa de escritorio marcando algo mas que una distancia física, también marcaba
una distancia jerárquica, una frontera invisible que separa a dos mundos
contrapuestos, dos concepciones de las cosas, dos cosmovisiones muchas veces
antagónicas donde el principio mas elemental es el juego de la suma cero,
simplemente resumido en que todo el dinero que tu ganas es el que yo pierdo.
Eso sí, por su parte no tuvo el
menor empacho en reconocer lo buen empleado que había sido con él, haciendo
encendidos elogios de mi profesionalidad durante todos estos años a la hora de
afrontar los mas enrevesados marrones, incluso me recordó hasta que punto
cuando me conoció le sorprendieron gratamente mis formas educadas y mis maneras
cultas mas propias de un licenciado de la Universidad de Navarra, que de un
rudo albañil de la construcción.
¿Tienes algo que decir?, la típica
pregunta ritual, puro formalismo revestido de cortesía con el riesgo implícito
de que muchas veces la respuesta no sea precisamente música celestial en tus
oídos. Claro que sí, no me cabe la más mínima duda y la verdad, lo hice. Frío
el ademán no tuve el mayor empacho en volcarle claramente muchas cosas largo
tiempo acalladas en mi mente pero no por ello bien frescas y presentes que se
habían ido acumulando a lo largo de los años, todo ello por supuesto adobado de
unos modales correctos y sin decir una palabra mas alta que otra ni descomponer
el semblante, no obstante, con aséptica contundencia y hasta un punto de
crueldad que en ningún momento dejaron de estar presentes en mis comentarios, dejándole
bien claro hasta que punto muchos de sus colaboradores de confianza le estaban
haciendo la cama a sus espaldas o hasta que punto abusaban de su buena fe para
hacer medrar sus intereses particulares a costa suya, no escatimando ni
“elogios” ni “parabienes” hacia tanto profesional de la caradura y la incompetencia
maravillosamente atrincherado en la oficina.
Hasta que acabé la exposición de mis
hechos, repito, ni una palabra más alta que otra, ni un solo insulto ni exabrupto,
pero al término, la expresión de su semblante ya no era la misma, incluso para
un consumado actor de primera como él, había emociones inequívocamente
imposibles de ocultar. Más allá de la sorpresa de no toparse con un vociferante
ex empleado colmándole de amenazas e improperios a voz en cuello, estaba la de
aquel al cual se le revela una desagradable sorpresa que ya venía intuyendo
desde lejos pero de forma vaga e imprecisa.
Porque no lo olvidemos, una cosa es
ser consciente de que uno no forma parte del club de admiradores de sus subordinados,
ni se es blanco de sus afectos y simpatías, lo cual la verdad es algo
perfectamente lógico, (Es lo que tiene ser jefe, no sólo el sueldo y el ordeno
y mando), pero la cosa cambia cuando te crees que eres el macho alfa de la
cofradía, que eres mas listo que nadie y que les tienes a todos engañados como
a chinos con tu singular maestría, ahí sí que todo cambia cuando descubres que
el tonto del año eres tú, que te las han metido dobladas de todos los colores y
tamaños delante de tus mismísimas narices sin siquiera sospechar nada. El
silencio era tal alrededor que hasta el zumbar del disco duro de su ordenador parecía
el estruendo de un avión, mientras en mi mente retumbaban las risas que no
salían de mi boca.
Tiempo después, quiso la casualidad
que coincidiese con una empleada de la empresa, tras la mutua sorpresa inicial,
una vez cruzadas las clásicas preguntas y comentarios respecto a nosotros
mismos, la familia y el trabajo mientras compartíamos una cerveza en la terraza
más próxima, no sin cierta malicia la pregunté acerca de cómo iban las cosas
por la empresa, y la verdad, me dijo que después de mi salida, hubo algunas
más, aparte de un súbito y misterioso movimiento de sillas que se saldó con la
caída del pedestal de algún que otro Narciso hambriento de egocentrismo y
soberbia, cosa que no nos molestamos en absoluto en disimular, ella, con una
chispeante miradita acompañada de esa típica media sonrisa de satisfacción que
produce a uno ver como la vida acaba poniendo a cada uno en su sitio, en mi caso
fue más simple si cabe, bastó con un escueto “Que se jodan” por mi parte para
que acabáramos a carcajadas.
Y así es como sucedió, sic transit.
Antxon Urrutia
Por un momento pensé que hablablas de UK...pero no me cuadraba...
ResponderEliminarBuenas noches,
EliminarPues no, no me refería a UK, me refería a nuestra entrañable Españistán y sus tercermundistas usos y costumbres laborales.
Antxon.
Yo también me sentí confuso al principio. Pensé, esto en UK? pero si Antxon está encantado de la vida. Luego, a las pocas líneas ya entendí por donde iban los tiros. Me recordó un poco a cuando dejé el Taller de Hombres para irme a Scotland. La cara que puso mi jefe jaja.
ResponderEliminarEscribes de forma impresionante, my friend!
Buenas noches,
ResponderEliminarJa ja ja ja, viniendo de ti semejantes alogios, vas a hacer que me ruborice como una quinceañera...
Antxon