En lo
tocante al mundo de internet, informática y similares, pertenezco a una
generación puente.
Yo me crié
en la época de los radiocasetes, de las cintas VHS y los discos que giraban a
33 rpm. Vi en mi adolescencia la irrupción de los primeros ordenadores con los
discos flexibles de 5,25” y sistema operativo MS-DOS. No puedo reprimir una
mirada de admiración cuando veo a mi alrededor renacuajos de no más de 8 años
manejar una tablet o un teléfono móvil con una soltura asombrosa, así como no
pude reprimir una sonrisa cuando una mocosa de 5 años preguntó dónde estaba la
pantalla, cuando vio por primera vez una máquina de escribir.
La explosión
de Internet y de los primero teléfonos móviles que pesaban menos de un kilo ya
me pilló en el filo de la treintena aproximadamente, y la verdad, es algo que
ha transformado radicalmente el mundo en el cual nos movemos, de un modo análogo
al que aconteció cuando Gutemberg imprimió su primer libro en 1451.
Y de eso es
lo que trata hoy esta entrada.
Internet
literalmente ha puesto en nuestras manos un caudal de información que hace 20
años hubiera sido inimaginable tener disponible, igualmente, como medio para
darse a conocer simplemente no tiene parangón. Hasta el extremo de poder ver
cómo la gente tiene cuentas en Facebook, Twitter o Instagram en las cuales por
contar, te pueden contar hasta de qué color es el encaje de sus braguitas, por
no hablar del sinnúmero de detalles de su vida privada y fotos subidas a la red
en las cuales pueden aparecer de todas las formas imaginables.
Algunos
pueden pensar que es superguay eso de que te conozca todo el mundo…. Aunque la
cosa cambia cuando tienes una borrachera de espanto, y al graciosete de tu
amigo se le ocurre hacerte una foto con el móvil, en una situación comprometida
y la sube al facebook, o a instagram, y claro, toda esa información una vez
subida a la red, ahí se queda para los restos, siendo accesible tanto para amigos
como para enemigos, o simplemente imaginaros el caso de que estás buscando
empleo y a los de RRHH se les ocurre meter tus datos en Google y aparecen una
fotos tuyas de hace diez años de las cuales lo último que te sientes es
orgulloso de salir en ellas. O peor aún y que sea un psicópata el que se
dedique a acosarte en la red. De vez en cuando saltan casos en la prensa que
parecen sacados de una película de ciencia ficción.
Por
desgracia, Internet también se ha convertido en el entorno ideal para que acosadores,
psicópatas, perturbados y profesionales del odio, parapetados bajo el anonimato
que proporciona vivir en la otra esquina del mundo, se dediquen bien por
diversión, por lucro o simple sadismo a acosar, insultar, y a amedrentar a cualquiera,
gentes que cara a cara no valdrían una mierda, se transmutan en perfectos
hijoputas. Pensad en vosotros mismos pero aquellos que tengan hijos, que
piensen en sus hijas adolescentes por ejemplo…
¿Hasta que
punto se es consciente de ello, o lo son por ejemplo los adolescentes?
Ni que decir
tiene que Antxon Urrutia es un seudónimo a la hora de escribir, y que mido con
cuidado los datos e informaciones que publico antes de escribir, no revelando
por norma detalles de índole personal ni míos ni de amistades, familiares o
lugares. Eso sí, no voy a dejar de recurrir a personajes ficticios que están
inspirados en personajes de carne y hueso, dejando establecer la frontera entre
la realidad y la ficción a la imaginación al criterio de quién me lea.
Pero
igualmente, soy consciente de que ello no obstante le quita mucha naturalidad
al blog, hace que muchos detalles bonitos, jugosos o simplemente cosas que me
llenaría de orgullo el poder relatarlas haya que previamente filtrarlas, cuando
no eliminarlas por completo, lo cual es triste, pero la alternativa es acabar
bajo el foco de gente indeseable, payasos, gilipollas, envidiosos, imbéciles,
analfaburros y demás escoria que pulula por la red.
En fin, es
un poco triste, pero c´est la vie.
Antxon
Urrutia.
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