Si la semana
pasada la entrada que publiqué vino marcada por un hecho luctuoso, de los que
te sacuden con saña indisimulada, esta vez me voy a referir a un incidente que
es una rara combinación entre lo trágico, lo cómico y lo absurdo acaecido en un
autobús urbano.
Para quién
los desconozca, los autobuses urbanos británicos tienen una única puerta de
entrada y de salida a la vez, habiendo situado frente a la puerta, y casi en
paralelo con el chofer el asiento más frontal de todo el autobús. Dicho asiento
suele ser de una única plaza, que en esta ocasión estaba ocupada por dos chicas
a la vez, después de ver que una de ellas estaba sentada en el regazo de la
otra e iban haciendo manitas, no hacía falta ser un genio para percatarse de
cuáles eran sus preferencias sexuales, cosa que a mí no me incumbe en absoluto,
pero que no poco tiene que ver con lo que sucedió pocos minutos después…
El segundo
implicado en todo esto es el chófer del autobús, que va totalmente embutido en
un asiento del cual para salirse lo tendrías que sacar a base de vaselina y una
barra de palanca. Una especie de Jabba the Hutt con la piel lechosa, donde
costaba encontrar un solo recoveco que no estuviera tatuado de la manera más
espantosa posible.
Tras darle
los buenos días de rigor y pasar por el lector de tickets mi pase mensual, tomé
asiento justo detrás de donde estaban las dos chicas sentadas, en esas filas
típicas de asientos donde se suelen aposentar las mamás que llevan a sus
retoños en un carrito, quedándome las chicas en cuestión de espaldas.
Arranca el
autobús y veo en el espejo retrovisor interior, cómo de repente, el chofer
empieza a tener unos sospechosos movimientos de cabeza que delataban hasta que
punto no perdía detalle de lo que hacían las dos chicas, atención que
paulatinamente iba a mas, a medida que las susodichas se venían arriba y daban
rienda suelta a sus pasiones con mas y mas ardor. Por supuesto que todo ello
implica el prestar menos atención a la carretera…
Hasta que de
repente en el último segundo, el chófer clava los frenos del autobús y se detiene
a unos pocos centímetros de un camión que había delante, ni que decir tiene que
la gente que iba de pie sin sujetarse casi acaba con sus dientes en el suelo, y
la chica que iba sentada en el regazo, no terminó estampada contra la luna
frontal de puro milagro…
Salió como
pudo de su asiento a interesarse por si algún pasajero de a bordo había sido
herido, no pude entender prácticamente nada de lo que dijo atropelladamente,
estando como estaba el tío presa de los nervios y con un sofocón de campeonato.
Afortunadamente todo acabó en un buen susto.
En fin… las
cosas del amor ;-)
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