Este pasado fin de semana, ha tocado hacer criba y descarte del trastero de mi casa.
Trastero que ha llegado a alcanzar tales dimensiones en cuanto a mercancía estibada, que fácilmente podría haber montado un tienda de artículos de segunda mano en Wallapop. Por un lado tienes la imperiosa necesidad de liberar espacio para que entren nuevas cosas, pero por otro, te da pena de desprenderte de ellas, ya que muchas de ellas forman parte de la memoria histórica de cada cual en mayor o menor medida.
El caso es que justo a tiempo, antes de que terminara en el contenedor de papel reciclado, conseguí arrancar de las garras de mi mujer, un archivador en el cual había sólo dos letras que lo identificaban, pero dentro había algo más que papeles, documentos y fotografías. Allí dentro se encuentran amontonados sin orden ni concierto, dos años de mi vida que a mis casi 52 años me marcaron profundamente como persona, tanto para lo bueno como para lo malo.
Las letras eran obviamente: U.K.
Contratos, documentos bancarios, el NIN, los P45 y P60, cartas de recomendación, curricula, mis diplomas del College y cómo no, mi agenda de tapas rojas. No ha sido difícil evocar recuerdos manoseando sus páginas ya un poco gastadas por el paso del tiempo, volviendo a mi memoria lugares, nombres y acontecimientos a los cuales me asomé con una curiosidad y apetito más propios de un veinteañero que de un casi cincuentón, cosa que no deja de sorprenderme. Tal vez pudo ser que viví ya de maduro una experiencia vital que tal vez siempre estuvo ahí presente, en la clásica bucket list de deseos que todos llevamos en nuestra mochila vital y que no pasan de ser eso mismo, sueños que en la inmensa mayoría de los casos nunca se van a ver cumplidos, pero que en algunos casos puntuales, Dios, el destino, la providencia o el simple azar, nos brinda a modo de premio aunque a veces nunca lleguemos a saber porqué.
Todo ello ha quedado atrás, sepultado en el pasado. Lo que paso en la Rubia Albión, en la Rubia Albión se ha quedado.
Haciendo honor al título de esta entrada, no sé a vuestras mercedes, pero lo que es a mí, estos últimos 4 años han pasado como un ciclón por mi vida. He visto como la niña de mis ojos ha dejado ya de serlo, para convertirse en todo un cisne que ha enfilado rauda la senda de su vida.
Pero no todo han sido alegrías.
Este pasado mes de Febrero murió Spaniards, un foro de internet frecuentado por gente que por una razón u otra, teníamos en común el deseo o necesidad de salir fuera de nuetras fronteras. Allí tuve la oportunidad de contactar con gente estupenda a la cual en algunos casos, tuve el privilegio de conocer en persona, aunque desgraciadamente en otros, siempre me quedará clavada esa espinita de no haberles puesto voz y rostro. Son incontales las horas de lectura y de escritura que he echado en Spaniards, he recibido consejos y ayuda de gente excelente, y he procurado en la medida de lo posible, devolver el favor en forma de ayuda a aquellos que me ha sido posible dentro de mis humildes posibilidades.
Cierto
es que el foro conoció sus años de esplendor, pero de un tiempo a esta
parte, estaba llenándose poco a poco no ya de la consabida cuota de
trolls, a los cuales se les podía más o menos torear, sino de auténtica
escoria que sólo sabían colgar listas, enmierdar, acosar, e insultar a
todo aquel que no les decía aquello que ellos querían oír. En mi caso
particular, nunca he sido partidario de la autocensura para caer
simpático a los soplapollas de turno, y ello me acarreó al final no
pocos enfrentamientos que por cierto, nunca he rehuído, pero cuando ya
ves que la amenaza y el insulto son la tónica dominante contra todo
aquel que no se pliega a lo políticamente correcto, eso a mi juicio, ha
hecho que muchos asiduos fueran abandonando un foro que lo único que ya
tenía eran hilos y más hilos escritos por borregos y escupidores de
bilis, terminado de cavar su tumba.
Y por supuesto, no podemos orillar el tema del coronavirua, el cual de ha ganado un capítulo en la historia del siglo XXI, porque también me ha tocado en primerísima persona, padecer las consecuencias de una pandemia que hasta ahora sólo nos parecía más propia de un guión de una película de catástrofes de los años 70, he visto como seres queridos han hecho su último viaje a través de la laguna Estigia, y otros se han quedado a muy poquito de hacerlo.
Nunca se sabe lo que el destino nos depara, como dice mi queridísima esposa, la vida es un regalo, no dudéis en aprovecharlo al máximo.